viernes, 4 de julio de 2014

Dioses del Cosmos

Hace dos días vi a Dios manejando el cosmos con sus poderosas manos. Dirigía los movimientos del universo con aires de poder y gloría. Su palabra no era necesaria para conducir las cosas al lugar de su voluntad, pero adoraba silbar. Una mano poderosa le bastaba para controlarlo todo. En la otra guardaba celosamente el secreto de la vida.
Imagina a un hombre que ha comprado una pantalla touch del tamaño de la puerta de tu casa, créalo a imagen y semejanza del tipo mas fantoche que conozcas,  debes visualizarlo controlando todo con solo tocar la pantalla. Aquellos movimientos exagerados son los de Dios. Cada cierto tiempo Dios se lleva a la nariz su puño del secreto de la vida e inhala un poco mas de poder, placer es lo único que necesitan los Dioses que lo tienen todo. Placer es lo único que respira este Dios que no aspira a nada mas.

Del otro lado del crucero un dios de menor poder se burla del primero, este otro habla con los mortales, señala a quien lo controla todo y con aire teatral inhala un poco de poder para luego poner cara de idiota emulando al Dios que controla el trafico junto a la banqueta. Entonces les muestra a los mortales lo bien que domina el secreto de la vida, acerca su puño e inhala con fuerza, su cara se congestiona, entrecierra los ojos y al separar la mano de su cara adopta una actitud de poder y control, golpea el aire con el puño como muestra de su fuerza, de la resistencia de su envoltura material.

Este Dios receloso se acerca a ordenarle al Gran Dios controlador que deje en paz el universo, pero es ignorado. El Dios receloso pide unas gotas del secreto de la vida y le son concedidas en gran cantidad. Puedo olerlo cuando regresa junto a mi. Se ve como un estúpido delincuente con buena suerte y mala cara. 

Los mortales adoran al Dios receloso por mantenerse controlado, por no mostrar su enorme poder frente al universo, a pesar de meterse suficiente Secreto de la vida como para morir pronto.Si no hubieran ignorado al gran Dios, los mortales en sus autos estarían todos muertos, magullados, sangrantes, deshechos. 

Cuando subo a mi camión todavía puedo ver los movimientos gloriosos de aquel Dios que cubre su cara horrenda con una gorra y su carne putrefacta en una camisa que le queda demasiado grande, supongo que no da la talla para tener el control absoluto. En el camino pienso en las calamidades que les esperan a los dos dioses que conocí. La primera sin duda llegará esta noche cuando el efecto del solvente se desvanezca y ellos sean echados a patadas del paraíso. Después puede que sea peor si por infortunio pierden o vacían su botella de la vida.





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